Cabizbajo, taciturno y mirando de reojo, el verano, lentamente, va dejando paso a su hermano mayor “El otoño”.
Atrás quedan los festejos iniciáticos del solsticio de verano que anunciaban su llegada con celebraciones, conjuros de meigas y brujas, hogueras y verbenas acompañadas de gran estruendo. Las aulas y los patios de las escuelas, de pronto, quedaron desiertas y en silencio mientras las gentes huían en tropel en busca de unos palmos de arena a la orilla de playa donde tumbarse, acompañados por la maldita y hortera melodía de la “canción del verano” de cada año que sonaba una y otra vez en el chiringuito, en la voz de un innombrable e inmisericorde cantante.
Sin embargo, ”El otoño”, señorial y discreto en sus formas, sin estridencias ni aspavientos hace su entrada de puntillas, pisando con delicadeza las primeras hojas secas del suelo.


El bullicio y el griterío infantil han devuelto la vida a los patios y las aulas de las escuelas que huelen a libros nuevos y a madera de cedro de los lápices recién afilados. Continuar leyendo