¡Bienvenido otoño!

Cabizbajo, taciturno y mirando de reojo, el verano, lentamente, va dejando paso a su hermano mayor “El otoño”.

Atrás quedan los festejos iniciáticos del solsticio de verano que anunciaban su llegada con celebraciones, conjuros de meigas y brujas, hogueras y verbenas acompañadas de gran estruendo. Las aulas y los patios de las escuelas, de pronto, quedaron desiertas y en silencio mientras las gentes huían en tropel en busca de unos palmos de arena a la orilla de playa donde tumbarse, acompañados por la maldita y hortera melodía de la “canción del verano” de cada año que sonaba una y otra vez en el chiringuito, en la voz de un innombrable e inmisericorde cantante.

Sin embargo, ”El otoño”, señorial y discreto en sus formas, sin estridencias ni aspavientos hace su entrada de puntillas, pisando con delicadeza las primeras hojas secas del suelo.

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El bullicio y el griterío infantil han devuelto la vida a los patios y las aulas de las escuelas que huelen a libros nuevos y a madera de cedro de los lápices recién afilados.

Por la orilla de la playa desierta, camina un hombre de avanzada edad acompañado de su fiel e inseparable can. El chiringuito ha cerrado sus puertas y la única melodía audible la entonan las olas al llegar a la orilla.

Lejos, la montaña, previsora ella, se ha mudado y puesto su traje más serio y oscuro para asistir a la ceremonia de recepción del invierno. Mientras, los árboles nos brindan el tradicional, lento y monótono “striptease” sin música de cada año, hasta quedarse en cueros…

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¿Porqué a nadie, excepto Vivaldi, se le habrá ocurrido componer “la canción del otoño“ cada año por estas fechas?

Casi mejor que no demos ideas no vaya a ser que algún desaprensivo las ponga en práctica y nos martirice de nuevo hasta bien entrado el invierno…